La vivienda colaborativa, un modelo extendido en el norte de Europa, llega a España como una forma de acceder a una casa sin necesidad de hipotecarse o de depender de un banco y como una alternativa para las personas mayores que no quieren acabar en una residencia.
El «cohousing» es una alternativa a la vivienda convencional que funciona desde hace más de 100 años en los países escandinavos, Alemania, Latinoamérica, Estados Unidos o Gran Bretaña. En Dinamarca, el 10 por ciento de las viviendas funciona bajo este modelo.
En España hay varios colectivos que promueven esta iniciativa bajo una cultura del ahorro y de la eficiencia, a través de un acceso a la vivienda no especulativo, en el que su uso y gestión se hace de forma cooperativa.
Uno de estos movimientos es el colectivo Cover, que busca cinco familias para impulsar viviendas colaborativas en Maeztu (Álava), a escasos kilómetros de Vitoria.
En julio, Cover pondrá en marcha una plataforma que agrupará a colectivos que quieren implantar este tipo de proyectos en toda España para compartir información y aunar esfuerzos.
Dentro de las ventajas de este tipo de alojamientos están los gastos, que son «bastante más asequibles» que los de una vivienda convencional porque sus habitantes comparten equipamientos como la lavadora, la red wifi o incluso el coche y la hipoteca, si la hubiera.
La propiedad de las viviendas es de la cooperativa y sus miembros disfrutan de un uso indefinido de las mismas a través de un derecho de uso.
Además, son viviendas sostenibles, como el caserío de finales del siglo XVIII de Maeztu, que acogerá a un grupo de familias dispuestas a convivir con valores de cohesión social.
Ritxar Bacete, promotor de Cover y del proyecto de Maeztu, ha explicado en una entrevista a Efe que quieren construir cinco apartamentos de unos 45 metros cuadrados para cada familia en este caserío, así como espacios de uso común más amplios para todos.
Asegura que cada vez hay más gente que se interesa por vivir de esta forma ya que con la crisis, las personas se están dando cuenta de que «necesitan sentirse apoyadas por la comunidad puesto que el Estado no las protege y el mercado no les da oportunidades», ha subrayado.
En Euskadi hay otras iniciativas parecidas como Etxekoop, una comunidad que busca un inmueble para llevar a cabo este proyecto, y en Madrid la asociación Jubilares, que ha conseguido poner en marcha un «cohousing» después de 12 años y ahora presta apoyo activo a otras futuras comunidades autogestionadas.
En San Sebastián, la asociación de personas mayores Housekideak también quiere hacer algo similar porque sus integrantes desean decidir cómo vivir su jubilación, ha explicado Bacete.
El principal sector demandante de viviendas colaborativas es el colectivo de mayores de 50 años y concretamente gente que ha vivido «con un estándar de vida alto y que no se ve en una residencia», ha apuntado.
Precisamente, estas viviendas son el modelo idóneo para compartir cuidados en diferentes etapas de la vida.
El colectivo gay que se jubila es el segundo mayor demandante de «cohousing» ya que, en su día, dieron el paso de hacer pública su condición sexual «y no quieren volver al armario al entrar en una residencia», ha explicado Bacete, que ha puesto como ejemplo un proyecto de este tipo en Rivas Vaciamadrid.
Además, las familias monoparentales ven en esta forma de vida una opción para poder conciliar el cuidado de sus hijos con el trabajo.
Otra característica del «cohousing» es que las personas buscan vivir en comunidad y apoyarse mutuamente, para lo que establecen unas reglas de convivencia comunes.
La diferencia con una comuna hippy es que cada familia vive en su vivienda privada y tiene garantizado su espacio personal.
La cultura imperante de «la defensa de lo privado» es un freno al avance del «cohousing» pero cada vez menos porque muchas personas se han dado cuenta de que tener una propiedad individual se ha convertido en «una cárcel» para ellos, ha opinado Bacete.